Entrevista de Rolando Revagliatti
Para Palabra Viva
© 2016 Analecta Literaria
Para Palabra Viva
© 2016 Analecta Literaria
El 25 de noviembre de 2010 Jorge Ariel Madrazo se incorpora al Comité Editorial de Analecta Literaria y, a partir de ese momento, comienza a acercar a la revista sus propias colaboraciones y las de otros importantes escritores argentinos y latinoamericanos. Jorge Ariel Madrazo falleció el 22 de marzo de 2016. El dialogo de Jorge Ariel Madrazo mantenido en diciembre de 2015 con el poeta Rolando Revagliatti, a través del correo electrónico, tiene un indudable valor testimonial y documental por tratarse de la última entrevista que se le realizara al reconocido poeta y periodista argentino. Publicamos hoy esta entrevista como una manera de recordar y mantener la «palabra viva» del poeta, acompañada de una colección de poemas seleccionados por el propio Jorge Ariel Madrazo y que puede leerse pinchando AQUÍ.
La Redacción
JORGE ARIEL MADRAZO nació el 26 de agosto de 1931 en la capital de la Argentina, Buenos Aires, ciudad en la que reside. Ejerció el periodismo desde 1967, sin interrupciones, y hasta hace pocos meses, en su país y en Venezuela, ocupando cargos directivos. Su quehacer literario ha sido traducido al francés, portugués, italiano, inglés, catalán y macedonio. En 2005, por sus versiones de poemas de autores de habla portuguesa, obtuvo el Premio “Paulo Ronai” en Pernambuco, Brasil, y por su traducción de dos libros de Jack London, el Primer Premio IBBY Internacional. Es Miembro Correspondiente de la Academia de Letras del Nordeste del Brasil y de la Unión Brasileña de Escritores. Integra el Consejo Editorial de la revista “Trilce” (Concepción, Chile) y el Consejo Asesor de la revista-web “Analecta Literaria”. Ha sido incluido en numerosas publicaciones periódicas y antologías nacionales y extranjeras. La Biblioteca Nacional de la República Argentina lo distinguió en 2014 con el Premio “Rosa de Cobre” a la Trayectoria en Poesía. Publicó en 2011 a través de Ediciones Desde la Gente, Centro Cultural de la Cooperación, de su ciudad, el volumen conformado por su novela “Gardel se fue a la guerra” (Primer Premio “Eduardo Mallea”, período 2003-2005) y por diversos textos de su libro anterior, “Quarks-Microficciones”, de 2006. Sus dos libros de cuentos editados son “Ventana con Ornella” (1992) y “La mujer equivocada” (2006). Desde 1966 fueron apareciendo sus poemarios “Orden del día”, “La tierrita”, “Espejos y destierros”, “Blues de muertevida” (1984, Premio Nacional Regional), “Cuerpo textual” (1987, editado por el sello LAR de Chile, Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires), “Cantiga del otro” (1992, Primer Premio Ediciones del Dock), “Piedra de amolar”, “Mientras él duerme” (1997, en co-autoría con el pintor Juan López Taetzel), “Para amar a una deidad” (1998, Premio Fondo Nacional de las Artes y Premio Fundación Inca), “De mujer nacido”, “Teoría de ella”, “De vos”, “Ayer decías mañana”, y en 2015 “Lo invisible”. En 2014 se concretó en París, Francia, a través del Programa Sur de la Cancillería Argentina de apoyo a la traducción, y por el sello Abra Pampa, una edición bilingüe bajo el título “De vos / De toi”. Este año, Ediciones Summa, de Lima, Perú, dio a conocer su antología personal “Alma que has de vivir” y Ediciones Caletita, de México, le publicó el libro “Poemas de ángel caído”. Fue invitado a encuentros internacionales de poesía en su país, así como en Perú, Brasil, Colombia, Cuba, México, Nicaragua, Ecuador, Estados Unidos, España, ex Yugoslavia, Irlanda y Francia.
PALABRA VIVA — Puedo imaginar la satisfacción de aquel niño que eras en 1940, cuando se publicaron dos poemas tuyos. ¿Cómo repercutió la publicación de esos dos poemas en en tu familia? Contanos cuál fue la irradiación en tu familia y en vos, si ese hecho inaugural te dio continuidad en la escritura de creación en aquella década y en la siguiente.
JAM — De hecho, esos dos poemitas vieron la luz en una revista, “Ceres”, editada por la mutual del Ministerio de Agricultura y Ganadería, en el que mi padre trabajaba. Como verás, la intervención de mi familia en tales “inicios” literarios fue directa, pero no porque sí: aquel chico tenía condiciones. Los poemas estaban consagrados, como era de prever, a mi madre y a mi padre, y exhibían cierta habilidad constructiva y bastante “oído”. Aún recuerdo la estrofa final de uno de ellos: «El niño ya se ha dormido / la madre cesó su canto. / Ya no se oye de la lluvia el ruido. / Las horas siguen pasando…». A esa edad, por cierto, ya tenía muchas lecturas —obvio: desperdigadas, sin ningún orden— gracias a la biblioteca de una tía, hermana de mi madre y profesora de Arte Escénico y Declamación: esa biblioteca rebosaba de Rubén Darío, José Asunción Silva, Santos Chocano, Amado Nervo, Edgar Allan Poe, Fernández Moreno (Baldomero y César), José Pedroni, Antonio Machado, García Lorca, León Felipe y un riquísimo etcétera. Los Nocturnos de Silva y “El Cuervo”, de Poe, me abrieron el alma, el sentimiento y el oído como nada nunca antes. León Felipe y Vladímir Maiakovski —este último, no sólo por su euforia revolucionaria sino también por su forma de escandir el verso— fueron con César Fernández Moreno, García Lorca y Rafael Alberti y el Neruda de “Residencia en la tierra”, las influencias más notables, en la prehistoria adolescente de mi formación poética.
Toda la escritura que siguió, en los ’40 y ’50, se convirtió en humeante pira cierta noche de rara autopunición: ocurre que sentí miedo, o rechazo, por lo que era una entrega psíquica casi absoluta a la experiencia (mágica, obsesiva) del lado poético del universo. Una precoz militancia política y un precoz casamiento contribuyeron a que mi primer libro de poesía se publicara muy tarde, a los 34 años, en 1966 y gracias a la generosidad de José Luis Mangieri con su primer sello: La Rosa Blindada. Ese opus poético inicial se llamó “Orden del día”. Pese a tal título, no era para nada panfletario, ni siquiera de carácter preminentemente político, y aún hoy lo reivindico.
PV — Ahora hablanos sobre tu trayectoria como periodista. ¿Cuáles fueron los principales hitos de tu trabajo periodìstico? ¿Con qué otros escritores compartiste redacciones?
JAM — Los principales hitos de mi trabajo periodístico fueron, en el país y en gráfica, la revista “Siete Días Ilustrados” (fui Secretario de Redacción de su edición nacional y luego de la Latinoamericana) y el recordado matutino “La Opinión”, fundado por Jacobo Timerman. En los años ’60 estuve muy cerca de “La Rosa Blindada”, publicación que dirigía Mangieri, donde reencontré al joven Juan Gelman que ya había admirado en sus lecturas públicas y a través de los discos del Tata Cedrón. Ya en Venezuela transité por varios medios gráficos hasta desempeñarme como Director del semanario “Elite” y, luego, Secretario de Redacción de la filial venezolana de la agencia de noticias italiana ANSA.
Una vez de regreso en la Argentina, pasé por otros medios como la revista “El Observador”, el matutino “Clarín” —en su sección Internacional—, y algunas colaboraciones esporádicas para la última etapa de la importante revista “Crisis”, que dirigió el poeta y periodista Jorge Boccanera. Por fin, fui colaborador permanente de la publicación virtual y gráfica “El Arca”, órgano de la Caja Nacional de Ahorro y Seguros, hasta su desaparición, poco tiempo atrás.
Raúl González Tuñón (con quien apenas tuve trato, por mi timidez en aquellos años), Gelman, Francisco Urondo, el gran dibujante Hermenegildo Sabat, Tabaré Di Paula, Sergio Morero, Alberto Szpunberg, Ramón Plaza, son algunos de los nombres, imborrables hasta hoy, surgidos en aquella larga etapa periodística y poética a la vez. Hubo más, es claro, pero no quiero convertir este diálogo en una guía telefónica.
PV — Entre 1976 y 1983 viviste exiliado en Caracas. Tu regreso a nuestro país coincide con el lanzamiento de tu poemario Espejos y destierros. Luego de vivir exiliado durante siete años en otra gran ciudad, ¿cómo fue «volver»?...
JAM — El que vuelve es ya otro, ¿verdad? Y el país también es muy otro. Ante todo procuré re-descubrir, conocer el nuevo movimiento poético, en especial a los autores y autoras jóvenes: era la época de “Poesía Abierta”, de los cafés y caves donde la poesía sentaba sus reales. Traté intensamente a magníficos compañeros de mettier, muchos de ellos hoy fallecidos. Mención especial, entre estas figuras memorables ya idas, para Enrique Puccia, Antonio Aliberti, Rubén Chihade, Francisco Madariaga, Edgar Bayley, Enrique Molina, Joaquín Giannuzzi, Juan García Gayo, Hugo Caamaño, Jorge Smerling, Carlos Débole, Jorge García Sabal, Celia Gourinski, Élida Manselli, Susana Thénon, Olga Orozco y un riquísimo etcétera.
De igual modo, debo confesar que tropecé en algunos casos con sectarismos y afanes por ocupar un paradójico “poder poético” —que ayer y hoy me pareció un afán tan pobre como risible—, cuya mayor expresión quizás haya sido la revista “Diario de Poesía”.
PV — En 1989 el Centro Editor de América Latina publica en su colección «Los Grandes Poetas» el poemario «Orgasmo y otros poemas» de Mario Trejo, con ilustraciones de Carlos Carmona y una selección y un estudio introductorio de tu autorìa. ¿Qué podes contarnos sobre Mario Trejo?
JAM — Trejo —o Trexus, como él se auto-rebautizó— fue uno de los personajes más singulares que he tratado, mejor dicho: que tuve el privilegio de tratar. Fue, en mi opinión, una de las voces mayores de la poesía en lengua española, desde la irreverencia y la ironía que no excluían una hondura conmovedora de quien había vivido “todo”, y en todas partes. Cualquier convencionalismo, cualquier gesto mediocre o mezquino se disolvían en el aire, avergonzados, ante su presencia cáustica e intransigente. Podía suscitar admiraciones incondicionales y rechazos no menos absolutos. Era un ser de las noches, del jazz, de la bohemia y los márgenes, y daba la impresión de que nada de lo humano le era ajeno, a excepción de las rótulos políticos. Tampoco le fue ajeno ningún género textual: fue maestro como dramaturgo, guionista de cine y televisión, autor de poemas que llegaron a ser canciones exitosísimas, como “Los Pájaros Perdidos”. Y hasta fue actor, haciendo de sí mismo, en la película de Bernardo Bertolucci “La vía del petróleo”. De mi trabajo para el CEDAL sólo diré que estuvo movido por la admiración y el amor.
PV — Luego de participar en encuentros de escritores en una docena de países, ¿qué rescatas de esas experiencias?
JAM — Hay encuentros poéticos de muy distinta índole, carácter y magnitud. Pero ya sea en Rosario o Córdoba de Argentina, o bien en Struga —Macedonia, en la ex Yugoslavia—, en Irlanda, en Oregón (EEUU), en Granada (Nicaragua), en Concepción y Valdivia (Chile), en La Habana, en Quito, Lima o Medellín (por citar a algunos a los que fui invitado), la emoción poética suele ser similar. Tal experiencia, que es tanto de vida como poética, permite además enriquecerse con múltiples aportes, seres humanos, culturas y voces. Y suelen forjarse amistades duraderas y entrañables.
PV — Diego Viniarsky, fallecido trágicamente en 2006 a los cuarenta años, llamó «El Perseguidor» a la revista cultural que editó y dirigió desde 1995, como homenaje a aquel cuento homónimo de Cortázar que narra una escena en la vida de un músico de jazz, en el momento en que lo va a visitar un crítico. Viniarsky es autor de Lo cierto, un libro que juzgo excepcional y que te tiene como su prologuista. ¿Con qué palabras definirías tu relación con Viniarsky?
JAM — Amor y admiración: ésas son las palabras que ya usé para definir mi relación con Mario Trejo, y muy adecuadas para referirme al vínculo con Diego e incluso con Noemí, su gran compañera.
Diego era un ser de excepción, un talento y una voluntad descomunales encarcelados en un cuerpecito que sufría un creciente deterioro por una enfermedad paralizante. Lo conocí cuando me puse en contacto con él tras leer un número de la excelente revista El Perseguidor, que él fundó y dirigía con la ayuda —no siempre constante— de un pequeño grupo de amigos y colaboradores. Como bien señalás, Lo cierto es un libro fuòri sèrie. Y quedó inédita una novela suya que evocaba su niñez y la pasión por el fútbol. Sus dos hijos, una mujercita y un varón, son también brillantes, y Noemí sigue siendo una de mis amigas más cercanas.
Por cierto, al hablar de Diego no puedo dejar de recordar y homenajear a otro gran poeta y crítico, una de las personalidades más agudas que he conocido, Juan Antonio Vasco, que sufrió su misma y más que injusta enfermedad.
PV — ¿Qué podes decirnos de tu ensayo Grandes poetas olvidados? ¿Está concluido? A tu juicio, ¿quiénes son esos grandes poetas olvidados?
JAM — Nunca llegué a concluirlo, ni creo que me dé el tiempo para hacerlo. Algunos de esos nombres (largados así, sin ningún orden): César Tiempo, Delmira Agustini, Carlos Sabat Ercasty, Martín Adán, César Calvo, Martín Oquendo de Amat, Porfirio Barba Jacob, Eunice Odio, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle... En realidad, ¿no están olvidados la mayor parte de los poetas que merecerían ser frecuentados a diario?
PV — En 1998, el sello Vinciguerra editó tu libro Conversaciones con Elizabeth Azcona Cranwell. ¿Cómo surgió ese libro, qué lo motivó?
JAM — Ese trabajo, que me permitió transitar la intimidad (a menudo dolorosa) y la obra de una gran poeta y amiga, ninguneada hasta por una trajinada antología que pretendió dar cuenta en 2010 de los “200 años de poesía argentina” (sic), surgió a pedido de la propia editorial. Y se gestó a lo largo de muchas horas de entrevistas y de charlas más distendidas, en su departamento porteño del barrio Norte. Elizabeth irradiaba un talento y encanto especiales, y era un tesoro de anécdotas y de sentimientos muy profundos en cuanto al tan particular reino, o taller, de la creación poética.
PV— Dos títulos que podemos considerar inusuales en tu bibliografía son los ensayos Breve historia del bolero (1980) y El Anticristo (2006). ¿Cómo nacieron estos dos libros?
JAM — El ensayo sobre el bolero, género que amo, nació por la impronta del clima musical y sentimental del Caribe, que me llegó con ímpetu durante mi residencia en Venezuela, donde conocí entre otros al gran cantante puertorriqueño Daniel Santos y descubrí a su eximio compatriota Héctor Lavoe (llamado “El cantante” por antonomasia), al cubano Beni Moré, al panameño Rubén Blades, a la española-venezolana Soledad Bravo, a los venezolanos Willie Colón y Oscar D’León. Incluso entrevisté allí al famoso cantante argentino Leo Marini, quien vivió también en Venezuela. Y al director de la orquesta “La Sonora Matancera”, el que me abrió los ojos a una nueva visión de estos ritmos al revelarme: «Chico, tú sólo comprenderás de verdad toda esta cosa cuando vivas a fondo el sentimiento Caribe». Y tenía mucha razón.
El Anticristo lo escribí, en difícil parto, por pedido de una editorial española para públicos masivos: tenía que ser muy bien documentado y al mismo tiempo ameno. Creo, modestamente, que lo logré.
PV — ¿Por qué escribís poesía? ¿Cuál es tu visión del quehacer poético?
JAM — En mas de una ocasión, con éstas palabras u otras semejantes, he dicho lo que es mi férrea convicción: el poema, si merece tal nombre, es un cuerpo vivo, un jadeo, una respiración, un dolor y un actuar tanto físicos como subjetivos, que han de nacer desde el adentro hacia el afuera: rara vez la gracia poética tutele a un texto surgido prioritariamente desde lo que Edgar Bayley llamó el “estado de alerta”, o desde el mero tributo a la herencia literaria, por rica que ésta fuera. Por lo demás, el poema es lo que es, quiere decir lo que dice, alude pero no expresa nada preexistente a sí mismo: es nuevo mundo que se agrega al mundo.
En mi caso (pero dista de ser un patrimonio personal) pesan fuertemente la obsesión por el Tiempo y sus mutaciones. Uno vive instantes fugaces, y proyectos más duraderos, deseos y sueños intensos y poderosos. En igual medida me afectan la injusticia, la hipocresía de una sociedad que, con un refinamiento mayor o menor, y tantas otras veces sin ningún ocultamiento, se asienta en la humillación, la marginación y la muerte —civil o física— de grandes mayorías condenadas a un destino oscuro.
Y también me motiva el ser-con-otros, el sentir que se es otros, aun con las gigantescas dificultades de comprensión y la cuasi imposibilidad de conocerse. La sensación de extrañeza ante uno mismo y lo otro, de estar en este cuerpo y en este mundo, de lo raro y aun mágico de que exista lo otro, es uno de los detonantes de mi escritura. Pueden impulsarla en lo inmediato, es claro, una visión, un momento que se siente único y por ello epifánico, una irrupción de algo que se unirá convulsivamente con los yacimientos del recuerdo, hasta un dato científico que me sorprende y desubica y suscita nuevas relaciones dentro de mí; cada cosa y cada maravilla del afuera, uniéndose al sustrato interior y al subconsciente. De otro modo: el misterio. Y el deseo de ampliar y conocer mejor el mundo, al renombrarlo. Lo que es otra forma de decir: expandir la comprensión de uno mismo y del resto, el conocimiento por otras vías, en especial la emotiva (lo intelectual también ha de estar encarnado en imágenes sensibles: tiene que haber “carne en el asador”). Mención especial para el lenguaje: a veces se olvida que todo poema es lenguaje; otras veces se exagera este rasgo, cayendo en una verdadera logorrea. En suma, permítaseme una obviedad: no hay poema, si no está atravesado desde sus entrañas por la poesía. Pero ¿será una obviedad?
PV — La crítica literaria ha señalado en tu poética el uso de neologismos, arcaísmos y enclíticos, de los diminutivos, a veces hasta en los verbos, sustantivación de adjetivos, verbalización de sustantivos, toques barroquistas. ¿Qué podes decirnos al respecto?
JAM — Así lo ha hecho notar incluso en fecha reciente, en su prólogo para una antología personal mía, la notable poeta argentina Marta Braier. Y tal vez sea así, al menos en cuanto a gran parte de mi trabajo poético. Quizás esos rasgos —naturales, como una forma de respirar, nunca rebuscados— se hayan diluido algo con el tiempo y con los poemas. Quizás predominen más en unos libros que en otros. Es que el llamado “estilo” no es sino el resultado de lo que cada uno, al labrar el poema con la máxima honestidad y necesidad, logre hacer con sus limitaciones y anhelos personales, en cada etapa de su vida física-subjetiva y de acuerdo con sus deseos, potencialidades y déficits. Cierta vez, en Caracas, pregunté al enorme poeta chileno Humberto Díaz Casanueva, ya fallecido, sobre su presunto “cambio de estilo” en sus últimos libros: “Usted antes escribía poemas en forma de versículos casi elegíacos, muy abarcadores y dilatados; en sus nuevos poemas se lo ve más austero y tendiendo al verso corto. ¿A qué se debe eso?”. “Muy sencillo —me respondió—: ahora estoy mucho más viejo, y me falta el aliento...”. Una aparente obviedad, pero toda una “lección de estilo”.
PV — Como periodista tuviste ocasión de entrevistar a grandes personalidades del arte, la literatura y la política ¿Cuál de esas entrevistas consideras la más lograda? ¿Te tocó entrevistar a algún remiso?
JAM — Sería muy difícil para mí escoger una de esas entrevistas. Las hubo a grandes artistas, a mandatarios y Jefes de Estado, a dirigentes sindicales, a científicos. Tal vez una en la que hubo mayor empatía con la persona entrevistada, haya sido el largo y emotivo diálogo con Alfredo Zitarrosa, en Buenos Aires, para la revista “Siete Días”. O el que tuve en un hotel venezolano con Jorge Luis Borges, para la sección cultural de la agencia de noticias ANSA.
No, no me tocaron remisos. También es cierto —valga la aparente inmodestia— que hay que saber entrevistar, hallar el timing y la forma para que el remiso vaya aflojándose. Lástima grande: nunca se me dio tener que entrevistar a Juan Rulfo, o a Augusto Monterroso, cuya parquedad en el diálogo era proverbial.
PV — En 1997, Ediciones Literatura Americana Reunida (LAR), publicò en su «Colección de poesía Isla Negra», Mientras él duerme, un libro en colaboración con el artista plàstico Juan López Taetzel que reunía textos e ilustraciones en tintas que ambos produjeron entre 1995 y 1997. ¿Cómo se generó esa fecunda colaboración?
JAM — La estrecha amistad con ese pintor, que siempre admiré, y su interés y honda comprensión del quehacer poético, me llevaron a pedirle ilustraciones originales —en verdad, tintas muy libres— para los poemas que irían al libro Mientras él duerme. Aclaro: no fueron, ni quisimos que fueran, “ilustraciones de poemas”. Son tintas bellísimas, fuertes y libérrimas, que conforman a su modo otros discursos creativos independientes. Por lo demás, esos poemas son, creo, los que más espontánea y libremente brotaron de mí. Fueron una catarsis en una época personal difícil.
Ese libro no tuvo buena difusión pero es uno de los que prefiero.
PV — ¿Aspiras a la gloria literaria? ¿Cuál es el miedo químicamente puro? ¿Qué reflexión suscita en vos la expresión «escribir adentro de lo ya escrito»?
JAM — ¿La gloria? ¡Pero, ésa es una aspiración propia de poetas imperiales en países imperiales! Entre nosotros, es sustituida por la pequeña aspiración al “poder” poético individual. Algo muy diferente del sano y válido prestigio y/o reconocimiento.
El miedo químicamente puro puede ser: estar echado en la cama mientras los que van a secuestrarte derriban la puerta, o encontrarte aferrado a una boya en pleno océano y en plena noche. O abrir una ventana y ver el rostro de uno mismo, muerto.
Escribir adentro de lo ya escrito: creo que esto es, meramente: escribir: un palimpsesto acaso infinito, aunque por suerte el texto alguna vez te abandona...
PV — En el 2011 publicaste la novela Gardel se fue a la guerra —libro del que Analecta Literaria adelantó dos fragmentos— ¿Hubo mucha preparación previa desde que concebiste la idea para la novela y el momento en que decidiste escribirla?
JAM — La novela —paródica, ucrónica—, se fue desarrollando en diversos momentos. Recordemos: la trama presenta a un Gardel fracasado en sus pretensiones de Gran Cantor Barrial y a un teniente coronel Perón no menos frustrado, ambos urdiendo una disparatada odisea redentorista desde el geriátrico que los dos comparten, y recibiendo instrucciones nada menos que de un representante de los últimos Cátaros o Perfectos aún sobrevivientes en la francesa Toulouse, ciudad natal del auténtico Gardel. Paradójicamente, o no, escribí esta parodia tragicómica mientras mi esposa luchaba (luchábamos) contra su durísima enfermedad terminal. Realmente, todo un caso de esforzado desdoblamiento, como vía para sobrellevar momentos atroces.
No hubo tanta preparación previa, aunque sí debí leer mucho sobre los Cátaros, su filosofía, las represiones por ellos sufridas, etcétera. Creo recordar que la novela tuvo tres o cuatro versiones, hasta su forma final. Un día me atreví a llevársela al muy apreciado y generoso Mario Grabivker, quien dirigía el Departamento Editorial de las Ediciones “Desde la Gente”. Pasado el tiempo, y ya jubilado Grabivker, un día me hace llamar Jorge Testero, en la actualidad al frente de esas ediciones, quien con idéntica generosidad y espléndida disposición me propone editar el libro. Así es que vio la luz.
PV — ¿Tenes vocación de bibliófilo o coleccionista? ¿Pagarías «cualquier precio» por la primera edición de un libro difícil de conseguir?
JAM — ¡No! Disto mucho de ser un bibliófilo o un coleccionista. Es claro que amo los libros, y me cuesta desprenderme de alguno (si bien he regalado, con placer, ciertos libros para mí muy valiosos): pero no llego a esos extremos. Tampoco podría pagar “cualquier precio”...
PV — Cuando elegis un poema o un autor para traducir ¿Qué es lo que te motiva?
JAM — De preferencia, un autor admirado por mi. Por otra parte, mis traducciones fueron siempre una actividad aleatoria, surgieron al calor de diversas circunstancias. No soy lo que puede llamarse un traductor.
PV — ¿El hombre en la cultura patriarcal se convierte en un arma de destrucción masiva?
JAM — Caramba, prima facie suscribiría eso. Pero habría que ceder la palabra a los biólogos, genetistas, sociólogos y filósofos. Suponiendo que ellos pudieran dar una respuesta. Ciertamente, y al margen de algunas damas de la historia bastante terribles —Catalina de Rusia, la Thatcher, por ejemplo—, estoy tentado de pensar que un regreso al Matriarcado daría frutos muy interesantes.
PV — ¿Para que tipo de poesía estás disponible o no disponible?
JAM — Para el primer caso, podría decir: la poesía española (generalizando demasiado, es claro: Gamoneda me atrae mucho). Para el segundo, ciertos nombres rectores de la poesía anglo-sajona. Y la oferta poética que brota en América, con la obvia inclusión del Brasil.