Graciela Perosio: «Soy una observadora minuciosa de todo lo que me rodea pero también soy una pensadora irredenta»

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Entrevista de Luis Alberto Vittor
Para Palabra Viva
© 2016 Analecta Literaria



Nuestro Director Editorial, Luis Alberto Vittor, dialogó con la poeta y escritora Graciela Perosio con motivo del lanzamiento de su nuevo libro Escampa, el corazón, una antologìa que recorre toda la obra de la poeta y que ha publicado el sello editorial argentino Ruinas Circulares dirigido por Patricia Bence Castilla. Escampa, el corazón se presentó el martes 2 de agosto en Buenos Aires. 

La Redacción



PALABRA VIVA.- Graciela, en una muy interesante entrevista que te hiciera el poeta Rolando Revagliatti en 2014, contas algunas anécdotas familiares, hablas de las dolorosas pérdidas de tu madre y hermana y de tus duelos personales; sobre tu parentesco con el filósofo italiano Benedetto Croce, el restaurante Perosio de tu abuelo paterno y tu padre que Adolfo Bioy Casares menciona en su «Diccionario del argentino exquisito».  También en tus poemas aparecen reminiscencias de la infancia. Pongo de relieve esta cuestión porque, según, Octavio Paz, «la vocación literaria es un misterio de la vocación que tiene que ver con la infancia». Señala Paz que en esa vocación «hay un periodo de imitación, de modelos familiares». ¿Cuáles fueron los modelos familiares o las presencias decisivas que influyeron y alentaron tu temprana vocación literaria? 


GRACIELA PEROSIO.- En mi infancia yo hablaría de una vocación artística, no estaba segura de que fuera a ser específicamente literaria. Me apasionaba dibujar y pintar y allí aparece muy importante la figura de mi tío, el hermano menor de mi mamá, Oscar Podestá, que tenía sólo dieciocho años más que yo. Él estudiaba arquitectura y amábamos dibujar juntos. Pero aún más, me apasionaba la música, especialmente la danza. Ingresé junto con Beatriz, mi hermana, a una compañía de danza española. Aún en los 50’ era algo común (pensá en Imperio Argentina, Lolita Torres, las mellizas Legrand.) Hay una anécdota con Marisabel, la Directora de la Compañía, que siempre quise convertir en poema sin conseguirlo. Creo que se relaciona con la captación intuitiva del acto creativo que puede tener un chico. Estábamos ensayando Los Piconeros. Yo bailaba como la mujer y Beatriz como el varón. Y la canción dice “Ya viene el día, ya viene madre, alumbrando sus claras los olivares…” Y la profesora me pregunta si había visto salir el sol,” porque cuando vos aparezcas desde el fondo del escenario” (la letra no se oiría en la función, bailábamos sólo la música)… “ el público tiene que sentir que amanece.” No me dijo que yo era el sol, no, me hizo comprender la metáfora, la creación de un ambiente por la actitud, por la magia de creérmelo. “Y la mujer viene a contestar la pregunta amorosa, trae la decisión consigo. Pero ignoramos qué va a contestar.” Cierro los ojos y me vuelve el teatro, el público, el temblor, el aplauso y la convicción de que nada podía ser más mío que ese algo que se había jugado allí.

Después también están los juegos con mamá. Habíamos inventado una serie de personajes y diariamente nuevos episodios enriquecían la historia. Mi preferida estaba protagonizada por un conejo (yo) y una flor (mamá). Vivían en un bosque donde en invierno nevaba. Aún conservo el conejito de porcelana que me regaló al cumplir doce años “para que no olvides nuestra literatura aunque seas mayor”. Y el largo poema cuento de Darío en el Tesoro de la Juventud “Margarita está linda la mar…” que memorizábamos juntas.

P. V.- Al margen de los modelos familiares, ¿Cuáles fueron los modelos literarios que te impulsaron a escribir? ¿A partir de qué momento la poesía formó parte de tú vida y a qué poeta quisite parecerte o a qué poetas comenzaste imitando?


G.  P.- Recuerdo empezar a componer canciones antes de saber escribir. Muy rimadas, para poder memorizarlas. Alguna cancioncita sobre la Navidad. Y otras rimas basadas en la observación de paisajes. Pero hay un instante de deslumbramiento. Alrededor de los once o doce años leo un poema de Pedro Salinas. (“A la noche se empiezan a encender las preguntas” ) Encontré  ese poema en una antología escolar de Lacau y Rosetti, pero después me compré La voz a tí debida donde estaba incluído. Creo que fue el primer libro literario que compré por mi cuenta, con mis ahorros. Leer a Salinas fue una revelación sobre lo que quería estudiar. También, paralelamente, se me había ocurrido copiar un poema de Carlos Latorre en un cuaderno que siempre llevaba conmigo, una especie de talismán de protección.

En cuanto a imitar nunca se me ocurrió como proyecto –al menos, no recuerdo- hasta mucho más tarde. Hablo de los treinta y pico cuando leo los mosaicos de Carlos Enrique Urquía y me pongo a jugar con esa técnica. Lo que quedó de ese intento se puede leer en algunos textos de Brechas del muro.


P. V.- Seguramente estarás de acuerdo con aquello de que las influencias son  necesarias —a  veces  hasta  inevitables—,  pero llega un momento que el poeta debe encontrar su propia voz, el propio ritmo de su palabra.  ¿cómo  lograste liberarte de aquellas influencias y encontrar tu propio estilo? 


G. P.- ¿Vos crees que encontré mi propio estilo? En todo caso hay un afán de libertad, de no atarme a una “coherencia estilística”. Me gusta pensar que mientras sea genuina y lo trabaje hasta donde me den las fuerzas, TODO ESTA PERMITIDO. Genuina quiere decir no escribir de tal manera «para quedar bien» con algún poder literario de turno, la Universidad, el jurado de tal premio, determinado crítico, lo que sea. Por eso Brechas del Muro dice al comienzo “no soy á la page”. Y cuando afirmo que todo está permitido quiero decir que a veces hasta lo cursi, la incorrección gramatical, lo anacrónico, lo patético cumplen una función para poder decir determinadas cosas. Mi estilo, si lo hubiera, se inspiraría en verdad y coraje, sostenidos aún hasta el mal gusto y la impertinencia necesaria. Y he pagado precios, te aseguro. Pero lo confirmo igual. Si no hago lo que quiero en mi propia página me volvería loca, parafraseando a Huidobro ¿Te acordás? el decía «si no hiciera al menos una locura al año...»

P. V.- ¿Cómo crees que ha evolucionado tu poesía desde tu primer poemario hasta el último? ¿Cómo ha avanzado tu poesía en el tiempo tras cuarenta años de escritura? 


G. P.-  Ha habido tanteos, búsquedas que disparan hacia distintos lugares. Textos que están basados en vivencias, en observaciones del entorno. Otros que tienen un trasfondo de estudio, más cercanos a mi paso por la Universidad, a temas clásicos académicos, como pueden ser los mitos de la antigüedad grecolatina en Regreso a la fuente, o la saga artúrica en La entrada secreta. Siempre con muchas dudas e inquietud en los comienzos, al menos. Ahora, a partir de sin andarivel, un libro muy marcado por la práctica de la meditación budista, empiezo a sentirme más segura con el resultado final. Tanto frente a la publicación de Balandro como ahora frente a la próxima aparición de El privilegio de los años experimento una cierta paz de tarea cumplida. Pero esto no ocurre en el proceso. El proceso, al contrario, se ha vuelto cada vez más exigente. Una vez en una conversación con Tamara Kamenszain ella decía aproximadamente, que una de algún modo, “compite” con “la marca” del libro anterior. El texto que sigue a El privilegio me inquieta mucho porque tiene otro registro. Creo que no es demasiado parecido a ninguno de los anteriores, entonces me agito de nuevo en el tembladeral. Volví a la zozobra. Es curioso porque es un libro que habla de “comienzos”, como si algo nuevo se abriera lugar en la humanidad después de un gran desastre, de una declinación. Pero esos “inicios” se mencionan a modo de vislumbre, apenas una chispa, un brotecito.”Nubes y trueno: la imagen de la Dificultad Inicial”, dice el I Ching y también: «Todo se halla en movimiento y por eso, a pesar del peligro existente, hay perspectivas de un éxito grande,siempre que se persevere en procura del mismo». Es un trabajo que le gusta mucho a mi amigo, el escritor Alberto Boco. Pero yo no sé, tal vez aún no esté terminado. Cada tanto vuelvo a la actitud del principiante ¿no? Una nunca sabe, al menos no del todo. Son poemas que crecen en el paisaje africano, un lugar que no conozco, me sumergí en una completa incerteza. Antonio Deltoro, el poeta mexicano con quien mantengo correspondencia, dice que es una escritura marcada por un gran dolor personal. Sin embargo lo escribí antes de la muerte de mi hija. La verdad es que no sé, todavía no sé. Hay libros que los publicás y todavía..., es como si sólo la lectura de los otros y el tiempo pudieran completarlos.


P. V.- Por favor, Graciela, quisiera que nos cuentes como surgió el proyecto de Escampa, el corazón, esa antología personal que acaba de publicar el sello Ruinas Circulares. ¿Quienes intervinieron para que este proyecto se concrete? ¿Cuál fue el criterio usado para la selección y ordenamiento de los poemas? 


G. P.- La directora del sello, Patricia Bence Castilla me llamó buscando poemas de mi hija, Milagros King, para hacerle un homenaje in memoriam en su programa radial. Patricia y yo nos conocíamos, pero ella no sabía que yo fuera la mamá de Milagros cuya escritura valora mucho. Después, me hizo una entrevista radial, ya sí sobre mi obra. Y entonces se entusiasmó con el hecho de que integrara su catálogo. 

La selección la hicimos la Prof. Silvia Calero y yo. El criterio fue mostrar una trayectoria de trabajo con sus caminos dispares. Como quien muestra la labor de un artesano que fue viajando y componiendo con lo que halló en cada lugar, con lo que se topó en su búsqueda por vivir. (A veces he pensado que si hubiera contado con la capacidad suficiente, tendría que haber organizado mi obra con heterónimos, porque conviven enunciaciones muy diversas.)

Silvia Calero, además de una querida amiga, es una investigadora muy empeñosa, muy trabajadora, que conoce mi escritura desde el vamos. Presentó mis dos primeros libros y desde hace tiempo quería organizar sus notas  sobre mis escritos en un ensayo y finalmente llegó la oportunidad de hacerlo. Fue muy agradable trabajar entre las tres. Curiosamente recién me doy cuenta de que en la tapa de la Antología hay tres mujeres. Un tema que aparece en un poema de La vida espera con el título “trío”, pero que no quedó en la selección.


P. V.- Me llama la atención el título de tu nuevo libro: Escampa, el corazón. La palabra «Escampar» remite a aquel momento de un día tormentoso cuando cesa de llover y el cielo se despeja de los negros nubarrones. Por analogía, el lector puede interpretar que  Escampa, el corazón hace referencia a algún cambio interior luego del cese de alguna situación tormentosa que nublaba u oscurecía el ánimo de la poeta. ¿A qué tipo de situación hace referencia el título? 


G. P.- Sara Cohen en la presentación relaciona el primer texto de la antología “Lluvia”, que puede leerse como un autorretrato, con el título (Escampa, el corazón) que indicaría un cambio importante, pero, como señalas, se trata de un cambio interno. Otra manera de ver; «la mirada elige enfocar al bies», dice el poema que cierra con la frase que dio nombre a la antología. Con los años, los sucesos se enfocan de otro modo, aun los más trágicos. Una especie de estoicismo que trae la experiencia y se abandona cierta ansiedad, cierto anhelo por arreglar lo inarreglable. Una se entrega al poder omnímodo de la vida. No es que se renuncia, al contrario. Se comprende. No creo que del todo, pero un poco más. Entonces aceptás lo que es. Y hay allí algo sagrado. Un sentimiento de respeto hondo a lo que es, tal cual es. Una se experimenta como una mota de polvo danzando una música inaudible pero que está. Una cierta armonía que está, a pesar del ruido pavoroso y del silencio. Por eso dice El privilegio de los años: «entrar en la vejez es un cambio en la luz». Hay la posibilidad de detenerse y descubrir un resquicio, un claro entre bloque y bloque de la experiencia.


P. V.- Esto último que dijiste de «descubrir un resquicio, un claro entre bloque y bloque de la experiencia» hace pensar en la necesidad de encontrar también una voz poética que pueda dar cuenta de esos nuevos cambios. En el preciso momento de tu búsqueda poética ¿cómo  es  tu  relación con  el  lenguaje,  con  las  palabras, con lo que M. Blanchot denominó el «habla de la escritura»? 


G. P.- Como te dije antes, en mí hay distintas situaciones de enunciación y por lo tanto distintas “hablas de la escritura”. Y me lo cuestiono constantemente. Fijate haste el detalle de lo que hice en Balandro donde terminé decidiendo que convivan “el vos” y “el tú” aún en el mismo poema. ¿Muy desprolijo, no? Pero es que la redacción de Balandro coincide con un período de muchos contactos, a través de la red, con discursos de otras hablas del castellano, tanto de escritores de nuestras provincias como de México. Y pensé no tengo que borrar esta marca lingüística circunstancial. Y aún no sé si es una decisión feliz. A veces, además, me habita un castellano de otra época totalmente anacrónico, como en la experiencia de escribir La entrada secreta o Regreso a la fuente. Y mi principio fundamental del trabajo con la escritura es llevar eso que apareció a su mejor forma posible. A la suya ¿me explico? Pero lo primero que aparece no se traiciona. No lo “debo” llevar a mí mejor forma posible, eso sería bastante cómodo. La tentación es grande. No sólo dudo sino que experimento pudor, a veces un pudor extremo como una sensación de desnudez frente a los otros, de completa indefensión. Pero, Graciela, me digo, lo primero no se borra, se trabaja o de última, se guarda en el cajón o se desecha, pero no se maquilla. El inconsciente no se maquilla. Eso es hacer trampa. Nos autoengañamos, y no sirve. Y a veces lo que aparece realmente no me gusta, para nada me gusta, peleo mucho con esto. Pero en fin, siempre trato de no traicionar. Soy implacable en este cuestionamiento conmigo misma. 


P. V.- Ya que mencionamos a Maurice Blanchot, Michel Foucault le dedica su libro El pensamiento del afuera (1966). En este texto, Foucault concibe la palabra como «la inexistencia manifiesta de aquello que designa». Y agrega a continuación: «ahora se sabe que el ser del lenguaje es la visible desaparición de aquel que habla». ¿Crees que esto también ocurre en el acto mismo de escribir un poema? ¿La experiencia poética cambia hacia un lenguaje en el que desaparece aquel que habla?


G. P.- Sí y no. Se me ocurre contestarte desde un concepto que tomo de las enseñanzas de Buda. Hay una verdad absoluta y una verdad relativa. Nosotros nos movemos con ambas a la vez. En la verdad absoluta puede que el sujeto no tenga entidad y lo pongo en subjuntivo por algo obvio: no tengo acceso a la experiencia directa de lo absoluto. Mientras sea este ser en proceso hacia una mente completamente libre voy a pensar y decir desde un sujeto o tal vez, desde varios, pero de a uno por vez. Ese “se sabe” que citás de Foucault es un saber teórico o si querés filosófico, pero no es un saber de experiencia. Eso no quiere decir que no sea válido. Pero no lo podemos comprobar del todo, al menos, no por ahora. Es decir: nadie está eximido de una cierta responsabilidad en lo que dice. Decir que “una es escrita”, es un poco como lavarse las manos ¿no? Definir en qué consiste esa “cierta responsabilidad” podría exigir un tratado (Risas). No creo que quieras que lo desarrolle ahora.

P. V.- No (risas), me parece que con todo lo dicho es suficiente. Te propongo, en cambio, adentrarnos en los mecanismos del procedimiento poético, que nos hables sobre tu método de trabajo. ¿De qué manera estructuras, por lo general, tus poemarios?


G. P.- Siendo coherente con lo que afirmo respecto a la fidelidad al habla poética que aparece y recién después, llevarla a su mejor versión, también aquí el método varía según el material que va surgiendo. Hay materiales que piden un libro unitario, una especie de historia que se va desarrollando intermitentemente en los poemas. Intermitentemente quiere decir como relumbrones, como sorpresas, como la búsqueda de «un camino» que atravesara una selva impenetrable. Una completa paradoja.

En otros casos se impone la yuxtaposición de lo heterogéneo. Ahora esto de «lo que aparece» es muy amplio. Puede ser una imagen, puede ser un suceso, un sueño, una idea, una problemática histórica –como el tema del agua contrapuesta al petróleo en Regreso a la fuente- puede ser la lectura de un libro ajeno, a veces hasta distante en el tiempo y el origen cultural. Por eso ha habido libros que me exigieron estudiar mucho y distintos saberes. Son composiciones muy difíciles porque me entusiasmo con los conocimientos y esa “cierta erudición” sofoca el lirismo. Esto fue muy duro en el proceso de escritura de Regreso que en su primera versión estaba inserto en una narrativa que a su vez, contaba el trabajo en la escritura de esos poemas con enorme ironía. Aparecían un montón de personajes de la realidad que opinaban sobre lo que estaba haciendo. Fueron hojas y hojas un poco macedonianas, porque de verdad me cuestionaba qué hacía yo escribiendo eso y leyendo sobre la mística renacentista en medio de la crisis del 2001. Me superó, era un mamotreto aplastante y decidí dejar sólo los poemas. Años después encontré pistas en la obra de Vila-Matas de cómo podría escribirse aquello que deseché, pero no sé si tendré la fuerza de voluntad para concretar esa otra versión. Admito que también todo ese dislate tuvo una parte divertidísima que conjuró el dolor de lo que estaba ocurriendo en el país.


P. V.- Hablando de «lo que aparece», podría decirse que en tu poesía aparece también lo no dicho, el silencio, lo que no se puede expresar. Por ejemplo, te cito uno de mis poemas favoritos de tu producción poética, «La Canción de Morgana», donde comenzas diciendo: «La belleza me estalla y no lo puedo decir/... Cómo decir, cómo contar/ este temblor,/ este desasosiego de hermosura/ y a quién le importa?». Y terminas diciendo: «Sumergida en la fría corriente/ hacia un color palabra./ Un color que no existe». Luego de escribir el poema, ¿te queda la sensación que has logrado plasmar lo que realmente quisiste decir o encontras que las palabras tienen un límite y que hay algo más allá que se mantiene inexpresado? ¿Cómo repercute en tu ánimo esa imposibilidad de decir o contar algo que sobrepasa los límites de la palabra?


G. P.- Bueno, en parte ya te he contestado esto en las respuestas anteriores. Me debato muchas veces en intentos paradojales. Antes sufría más, me enojaba más frente a la frustración. Pero en fin, si una escritora como Olga Orozco dijo que la única manera de acercarse a escribir poesía es aceptando el fracaso…entonces, si lo dice alguien que ha hecho una obra inmensa, bien puedo relajarme  un poco.  Con los años me voy hamacando mejor en esa tensión entre lo que soñás que vas a escribir y lo que finalmente queda en el papel. Hamacando mejor, es decir con menos drama, no con màs éxito.

P. V.- Permitíme hacer una digresión, antes de ir a la pregunta concreta. En la poesía actual se dice que la poesía encuentra en la cotidianidad el registro inmediato de lo más profundamente humano. Para Jaime Sabines «la poesía es un suceso, un acontecimiento, una ocurrencia de todos los días». Osvaldo Picardo, al hablar sobre la poesía de César Cantoni, sostiene que «el poema desata la conciencia ante los fenómenos de la cotidianidad». Por su lado, Pablo Anadón en «Señales de la nueva poesía argentina», sostiene que se «utilizan lenguajes cotidianos con la incorporación de vocablos vinculados a la contemporaneidad y la exclusión de todo término que pudiera tener algún relumbre de la tradición literaria, que hay actualización, renovación del punto de vista, perspectivas diferentes, inmediatez...». Me parece que tu poesía participa de ese realismo de lo cotidiano, pero que lo abordas de otra manera, desde un registro intimista que interioriza o introyecta el afuera. Es decir, incorporas o internalizas lo que tu visión registra de esa cotidianidad de afuera para devolverlo en el poema como una experiencia vivida desde adentro. Este registro intimista ya fue advertido por Irma Verolín quien, al hablar de tu poesía, observa que a tus «textos se los puede  ubicar en un límite donde lo poético y lo narrativo se rozan. Escenas recortadas en las que se irradia un momento crucial. La intimidad profunda de la vida». Todo esto me lleva a preguntarte, ¿hasta qué grado o nivel la cotidianidad influye en tu poesía? 


G. P.- Disculpame, pero el poema que a vos más te gusta, «La canción de Morgana» tiene muy poco que ver con la experiencia cotidiana. Hay por lo menos dos libros, La entrada secreta y Regreso a la fuente que se apartan completamente de la afirmación de Anadón («exclusión de todo término que pudiera tener algún relumbre de la tradición literaria.») El libro que escribí con posterioridad a El privilegio también escapa a esas características. 

En cuanto a de dónde nace el poema, qué lo motiva, ya explicité que pueden ser muchas cosas: un rayo de sol en la ventana que desaparece en una época del año para reaparecer al año siguiente o «un color que no existe».  Es verdad que soy una observadora minuciosa de todo lo que me rodea pero también soy una pensadora irredenta, parafraseando a Fabio Morábito: una verdadera rumiante ¿no?, en eso sí no hay vaca que me gane, ni frente a un prado ni oculta en la ciudad.

P. V.- Acabas de definirte como «una verdadera rumiadora». ¿Rumias mucho tu poesía? ¿Relees o corregís tus poemas luego de publicados? ¿Hay una continua reelaboración del texto en tu experiencia poética, una sucesión de versiones que buscan su última o definitiva forma o una vez que publicaste el poema ya no lo volvés a tocar? 


G. P.- Valery decía que no hay obra terminada sino obra abandonada. Pero yo, humildemente, compruebo que también es verdad que los escritos nos abandonan. Llega un punto que si me empeño en seguir “corrigiendo” lo hago desde un lugar tan otro que no tiene el menor sentido. Es un parche nuevo sobre una tela desgastada. No va. En mi experiencia lo vivo como otro modo de traición. La otra posibilidad es escribir de nuevo. Y a propósito digo escribir y no reescribir. Porque en rigor cuando pasa cierto tiempo, nada es reecribible. Es una limitación que opto por aceptar porque prefiero un honesto texto inmaduro de los veinticinco años a un mamarracho que intente conciliar lo inconciliable. Ahora, la reescritura en el sentido en que usa el término Leónidas Lamborghini, tiene que ver con la parodia. Eso es distinto, si una adquiere la virtud inefable de tomarse el pelo a sí misma y con los años agrega una distancia irónica, por ejemplo…pero eso no sé si es exactamente una “reelaboración del texto”, es otro texto en otra circunstancia, que parta del texto anterior le confiere esa nota paródica.


P. V.- Cerraremos esta entrevista con una última pregunta. Luego de la edición de «Escampa, el corazón», ¿cuál es tu próximo proyecto? 


G. P.- Hay un libro terminado pero no del todo aceptado del que hablé varias veces a lo largo de la entrevista. Voy a continuar pensando qué hacer con él. Paralelamente está empezando a emerger una escritura en prosa que tiene que ver con lo materno y con algunos sucesos de mi infancia; pero que probablemente se relacione también con la figura y el pensamiento de Manuel Belgrano. Mi madre sentía una especie de enamoramiento por Belgrano, algo que a veces me parecía encomiable y a veces me resultaba cómico. ¿Qué saldrá de todo esto? Y no sé, pero como decía nuestro querido José Luis Mangieri “lo importante es no aburrirse”.

P. V.- Muchas gracias Graciela Perosio por prestarte a este extenso diálogo


G. P.- La agradecida soy yo. Y también, te aseguro, un poco sorprendida de que haya quien se interese por lo que hago y pienso. Lo cierto es que no me tomo tan en serio a mí misma. ¿Estará mal? Tal vez sea eso lo que está cambiando para que por fin, escampe el corazón.
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