Graciela Perosio: «Ese balandro de la poesía va por la lengua»

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Por Inés Ambrosini
Especial para Palabra Viva
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La poeta argentina Graciela Perosio presenta  Balandro, su octavo libro. Inés Ambrosini dialogó con ella días antes de la presentación del libro en Buenos Aires en una entrevista para PALABRA VIVA, la sección de Entrevistas de ANALECTA LITERARIA. Graciela Perosio nació en Buenos Aires en 1950. Publicó los libros de poemas: Del luminoso error (1982), Brechas del muro (1986), La varita del mago (1990), La vida espera (1995), Sin andarivel (2009). Recibió la Beca Nacional de Investigación del Fondo Nacional de las Artes para estudiar la obra del poeta argentino Carlos Latorre. Su obra ha sido traducida parcialmente al portugués y al italiano. Un poema de Balandro fue premiado en el Concurso Internacional de Poesía Nosside, Calabria, Italia.


PALABRA VIVA- ¿Qué es lo que la decide a publicar un nuevo libro?

Graciela Perosio: hace tiempo que estaba Balandro dando vueltas. Hubo un momento en que creí que no iba a publicar más. Pero después, cuando me jubilé de la docencia, la vida empezó a cambiar mucho y en el 2011 empecé a tener encuentros mensuales con colegas, que denominamos Casa Abierta, y me volví a entusiasmar con llevarlo al papel. 

PV- En el prólogo, Fabio Morábito, dice que Balandro no refiere al navegante, sino al náufrago, al sobreviviente, ¿coincide?

G P:  Todos leemos en el otro una parte de nosotros mismos. Recordemos que hay una antología de poemas de Fabio  Morábito titulada Un náufrago jamás se seca. Un náufrago es un sobreviviente para siempre. Entonces creo que en parte hay algo de él y sí creo que también algo mío.

PV- Y para usted, ¿qué figura es un balandro?

G P:  Me quedo más con las palabras del inicio de la contratapa, es decir con la embarcación “más despojada y liviana”. Esa imagen la asocio a la poesía. Un viaje sin ruido. Un viaje bastante solitario. Un viaje en una circunstancia frágil. No un transatlántico, no relaciono a la poesía con el Titanic…

PV- Entonces ¿es una nave y un viaje en solitario este Balandro?

G P: Siento que recién ahora estoy invitando a los demás a subir. Por eso me gusta poner en la dedicatoria “bienvenido a bordo”.

PV- ¿No había un lector imaginario al momento de la escritura?

G P:  a lo mejor ese grupo de amigos a los que uno le da a leer configuran un lector imaginario. El libro tiene un poema dedicado a la memoria de Susana Pujol quien solía leer mis cosas y yo las de ella. Intercambiábamos mucho, de modo que, aparte de haber perdido una amiga, es muy fuerte haber perdido la lectura de Susana. Como no alcanzó a leerlo, necesité incluirla de otro modo.

PV- O sea que ese lector, ¿es la persona en la que usted sabe que puede resonar su poema?

G P:  No, eso no. Porque a veces lo que el otro lee no tiene nada que ver con lo que vos creíste y eso a mí me entusiasma. Muy lejos de darme miedo o enojarme, es lo que me lleva a mostrar más: que la lectura del otro me sorprenda y descubra de mí misma cosas que ignoro. Yo creo que una escribe fundamentalmente por eso: una escribe para poder saber. Si lo supiéramos todo, creo que no escribiríamos. Se escribe desde la duda, no desde el conocimiento.

PV- En Balandro, ¿es saber sobre uno mismo?

G P: Saber en general. Lo que una escribe tiene que ver con las preguntas, sobre todo. Lo sepa uno o no. Si tuviéramos un estado de total certeza, dificulto que se nos diera por escribir. Vos fijate que los grandes Maestros enseñaron pero no escribieron. Los que escribieron fueron los discípulos.  Sócrates, Jesús, Buda. No hay escritos de ellos. Hay enseñanzas impartidas por ellos, pero la versión que tenemos es la de los que escucharon. Me parece que el que escribe es alguien que todavía no sabe.

PV- El libro está estructurado en dos partes, “ La necesidad de pintar” y “La necesidad de narrar”, pero  abre con un primer poema que dice “saborear la gratitud”. ¿Por qué?

G P:  ese primer poema que abre el libro es muy posterior. No me acuerdo si fue en una Celebración del Día de la Tierra que sentí la necesidad de agradecer esa sensación de cuando una se acuesta en el pasto y tocás el respaldo de la tierra como un ser vivo. Y cuando terminé de armar Balandro, ese libro que empieza a ser una recapitulación de mi vida, como mapas de cosas que volvían, lo incluí, me parece que tiene que ir ahí porque hay una edad en que tu historia te respalda.

PV- En “La necesidad de pintar”, el primer poema alude al “balandro del ahora” en un poema apelativo con una segunda persona que aparece mucho en su poesía, ¿quién es ese tú al que se dirige el poema?

G P:  es el lector y también yo misma como lectora. Creo que justamente como la escritura es una investigación que parte de la duda, estoy hablando con la parte mía que quiere averiguar. A veces, una por el sólo escribir empieza a entender pero generalmente se necesita además la lectura del otro para terminar de captar qué era lo que estabas buscando decir.

PV- También tiene otro grupo de poemas en tercera persona, ¿cuándo aparece ese “ella”?

G P:  porque necesito alejarme. Eso no estaba antes en mi escritura pero empezó a aparecer y me ayuda mucho. Salir de la enunciación del yo lírico y ser como un narrador que usa la tercera persona. Tampoco es una gran innovación, pero antes no lo usaba. Además, no siempre aparece desde el principio. De repente hay un poema que empezó a ser escrito en el yo y hay algo que no me cierra y me gusta más cuando lo enuncio en tercera. A veces el cambio es muy intuitivo, puede plantearse desde el sonido.

PV- En los poemas de “La necesidad de pintar” sentí conexiones con “sin andarivel”: en el tono, el largo de los poemas, el clima.

G P:  Esos poemas fueron escritos primero, es decir en el tiempo son más cercanos a “sin andarivel”. Tenía ese material y otro que pretendía ser un Homenaje a Rotko y que después decidí sacar porque no conseguía cumplirse, se quedaba en boceto. Después, no recuerdo cuál fue el primero de los poemas narrativos que apareció. Tal vez el de la mujer que camina por la calle Cerviño que se originó en una escena cotidiana, me llamó la atención y no veía el momento de llegar a mi casa para escribirla. Y empiezan a darse anécdotas, recuerdos, algunos muy banales pero que se imponían. La imagen que se me ocurre es cuando ponés algo a hervir y de tanto en tanto sube una burbuja. Como si algo adentro mío estuviera hirviendo. Y era cualquier cosa lo que subía, recuerdos lejanos, tal vez intrascendentes. El poema narrativo en mi obra es una variante nueva de Balandro, antes no lo había trabajado, tal vez algo en La entrada secreta pero con un tono tan distinto, no estoy segura.

PV- Pero los poemas narrativos están agrupados en “La necesidad de narrar”¿y el resto?

G P:  sí.  Pero esta imagen de la burbuja también es válida para los otros. Esos son pompas de jabón que duran un instante. El de alguien que está esperando el tren en medio de la selva es sobre ese cuadro (señala la pared del living de su casa donde está la pintura.) Hace muchísimo que lo pinté. Hay varios así. Están escritos en un presente pero sé que vienen de otro tiempo, a veces de lecturas remotas como el que alude a un poema de Frost. 

PV- “La necesidad de pintar” abre con un poema de los de mar y cierra con uno de una Buenos Aires donde “llueve atronadoramente”, ¿le ve algún vínculo?

G P: Ni siquiera me había dado cuenta.  Estoy reflexionando con lo que me decís.

PV- Los poemas de Buenos Aires son bellísimos. Balandro, desde el nombre, la imagen de la nave, hace referencia a una geografía de mar pero en el libro hay mucho Buenos Aires.

G P: me parece que esto es lo que viene a reafirmar que éste no es un mar geográfico.  Como quien dice el mar de la vida, me parece que estamos hablando de la lengua. Ese balandro de la poesía va por la lengua. Una lengua que es todo el mundo y todo el inconsciente también. Fijate que no está mostrado el paisaje del mar como va a aparecer el de los parques que están pintados con colores concretos, líneas precisas, pero el mar no. Es cierto que están las olas, pero no está pintado el mar. Y me parece que eso te da una pista de lo que se está hablando. Acá es pura simbología este mar. No estás sintiendo la sal, la piel ardida. Si te arde es por otros motivos, no por el mar geográfico. Me parece que los paisajes verdaderos son otros, y tienen que ver con la ciudad. En cambio el mar es una imagen que está en función de otra cosa y  está trabajado de otra manera.

PV- “La necesidad de narrar” son veinticuatro poemas centrados en anécdotas, recuerdos, con ese “ella” (la tercera persona) , mucho viento, aparece lo cotidiano. Ese poema de la biblioteca dice “va a haber un día”, ¿siente que ese día es este ahora?

G P:  Es la democracia.

PV- Pero, ¿en su situación de vida? Porque es como un diálogo. No sé cuándo lo escribió.

G P: Sí. El diálogo evoca un anhelo mío de aquella época, de los años de Dictadura: esto algún día se va a acabar. Por eso lo de la calle. En Martínez la avenida Maipú se llama Santa Fe. Uno se sostenía en la fe de que la vida no iba a ser siempre así. Pero lo escribí ahora, recuperaré lo que  pensaba en aquella época.

PV- Asocio también con la imagen de la gratitud de la vida, del sobreviviente.

G P:  Sí, claro: del poder estar. De los que estamos vivos.

PV- “Dijeron que iban a jugar”, el poema que cuenta la anécdota con su hermana en esa siesta de vacaciones en Córdoba, ¿es el primer poema que publica sobre ella? (Beatriz Perosio, Presidente de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, permanece desaparecida desde 1978).

G P: el primer poema que publico sobre mi hermana es “Brechas del Muro”, que está dedicado a ella . Pero esa anécdota estaba tan perdida en la memoria…

PV- ¿Fue una de las burbujas?

G P: exactamente, fue una de las burbujas y en la primera versión se lo di a leer a mi compañero y no lo soportaba, me decía que era un poema de terror, que le daba mucha ansiedad.

PV- Es muy nítida la imagen de las dos nenas en peligro.

G P:  el hecho de haberla visto a ella del otro lado de esa grieta que se abrió en los durmientes sobre el abismo, eso sí está totalmente resignificado desde el hoy . Porque fijate que a la que se le ocurre ir es a ella, yo la sigo. Y luego soy la que la va guiando de cómo retroceder porque ahí podía retroceder, podía y quería…¿no? 

PV- Hoy está el poema, el juego, la relación entre las dos hermanas.

G P: el poema termina con la reflexión “la menor nunca olvidó qué frágil era / el hilo de la aventura / ni qué cotidiana/ la acechanza del peligro” y me enteré de que en México hay un bloguera que tomó este final como título de su blog, antes de que salga Balandro. Probablemente lo encontró en un video de una lectura que está en la red. Y me parece que hay una anécdota que es nuestra, de mi hermana y mía, pero se dice algo que dispara hacia lo universal. Esto de que una se lanza a ese mar (también como el de Conrad) lleno de peligros y se es en ese momento una niña que juega y se juega, sin calibrar el riesgo o tal vez desafiándolo como en una gran travesura. Después, a veces, el enemigo te vuelve héroe. Y la historia entra en la Historia. Pero los héroes más puros son aquellos que quieren jugar libremente, sin especulaciones de gloria ¿no?

PV- Por último, para terminar el recorrido por “La necesidad de narrar”, los dos últimos poemas lo veos como un epílogo, cerrar con los otros. ¿Lo interpreta así?

G P: Claro. Porque cuando fueron apareciendo los otros -el señor que arreglaba los libros de la biblioteca de Martínez, la escribana con su página en blanco, de distintas épocas, desordenadamente- pensé que eran como caminos para entender cosas, por algo vuelven, me decía. También ellos, otros balandros.

PV- Y el último poema, ¿es también una apertura del yo poético? Esa ventana que abre a la montaña que también es balandro.

G P: ¿qué cosa más contrastante para un balandro pequeño, frágil y móvil que el monte Fuji? También estoy jugando con el ying–yang. Con los opuestos complementarios, que van dando el mensaje fragmentariamente y vos tenés que ir armando la unidad. Pero recordemos que la ventana hacia el monte Fuji es una escena del film Las flores del cerezo.

PV- Y también que cierra el libro un poema que hace referencia a una montaña y una tradición tan lejanas.

G P:  pero vos sabés que de las enseñanzas del Buda fui tomando cosas –que se ven ya claramente en sin andarivel-  y también ese Japón es un Japón de enseñanzas.  El concreto, es un Japón al que no fui ni creo que vaya a ir, aunque me gustaría. Pero no importa. Es algo que se puede recibir de oriente, por ejemplo, desde el cine.

PV- Para mí como lectora fue un sacudón. Porque el libro viene en una línea armoniosa con muchos poemas de Buenos Aires y personas de acá y de golpe cierra en ese poema frente al monte Fuji.

G P:  Venís de identificarte con una persona que viaja en un balandro que me parece el colmo de la fragilidad y de golpe se dice que en el monte Fuji me veo yo y en mí veo el monte. ¡Ah! llegué a un lugar firme. Hay un poema en mi libro La vida espera que habla de distintos vegetales , partiendo desde el pastito, pero termina diciendo que alguna vez va a ser un roble. Esa es la idea: creo que el que acepta su fragilidad, por aceptarla se va volviendo fuerte. De alguna manera está esa idea o tal vez es la poesía. No la poesía personal, sino la tradición poética, la lengua, todo lo que se puede ver en la montaña como estable, frente a toda esta fugacidad del viaje, la poesía está, permanece.

P. V.- Y también hay una ventana que se abre, hay una actitud de contemplar, de identidad y de presencia.

G P:  de apertura. Como la ventana hacia la primavera (uno de los primeros poemas). Sí es cierto, ahora que me lo hacés pensar hay más de una imagen de apertura en el libro. Es un libro que abre. Lo cual parece raro porque surgen cosas del pasado para armarlas como un rompecabezas que parece que va a cerrar, pero a la vez ese rompecabezas te lleva a una pregunta más grande. Nunca se termina de contestar, el viaje no está cerrado. Por eso es tan importante ese poema que afirma “ todavía no sabe”, pasó tantos puentes, cruzó tantos ríos pero todavía no sabe…

PV- ¿Cuál es su expectativa con la presentación de este libro?

G P:  la presentación es una fiesta con los amigos. Compartir que los poemas están en un libro. Pero la vida no cambia con la presentación, no pasa demasiado (ríe). Además ya estoy totalmente enganchada con el próximo, el que escribí después y vaya a saber cuándo se publicará.
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